Las protestas de la extrema derecha por la ley de herencias dejaron en evidencia el protagonismo de algunos personajes de la oposición cuyo papel es buscar la confrontación violenta a través del calentamiento de las calles. Uno de ellos es precisamente el asambleísta del movimiento CREO
Andrés Páez, reconocido ampliamente en las redes sociales por sus videos donde da rienda suelta a su odio contra el Gobierno y lo intercala con falacias e inconsistencias.
El legislador asistió a las manifestaciones en la Avenida de Los Shyris desde el segundo día de convocatoria, y lo hizo junto a Fernando Villavicencio y Cléver Jiménez, personajes proscritos ante la opinión pública por su descarado entreguismo a los Estados Unidos. Con una actitud absolutamente beligerante y prepotente, arengó a los manifestantes a gritar consignas golpistas, y desde luego provocar actos de violencia contra los simpatizantes del régimen.
Durante los días sucesivos, Páez se convirtió en uno de los líderes más reaccionarios de las protestas, al encargarse personalmente de provocar esporádicos ataques contra la fuerza pública y contra la sede de Alianza PAIS. Sin duda resulta deplorable este tipo de acciones. Un asambleísta como Páez, por su propia condición política, debería dar ejemplo de altura con respecto al nivel de debate, tanto sobre el tema coyuntural como con sus diferencias ideológicas con el Gobierno. Pero apostarse en las calles a insultar y difamar indiscriminadamente, es quizá lo más lapidario que ha hecho en contra de su propia credibilidad. ¿Cómo ha llegado tan bajo? Si hacemos algo de memoria, podemos darnos cuenta de los episodios que sepultaron su imagen.
No hace mucho tiempo, en octubre del año anterior, Páez denunció presuntas irregularidades del Gobierno en la contratación de la empresa McSquared, para el manejo de relaciones públicas en torno al conflicto legal que mantiene el Estado contra la transnacional petrolera Chevron. Mostrándose claramente en contra de los intereses del Ecuador, reprodujo exactamente el mismo discurso que mantiene la empresa norteamericana, que ha gastado 400 millones de dólares para menoscabar el prestigio de Ecuador frente al litigio. Como era de esperarse, su absurda acusación tuvo eco en los principales medios de oposición.
En enero de este año, Páez volvió a la palestra pública para denunciar al Vicepresidente Jorge Glas por presuntas transferencias de fondos a un paraíso fiscal, y citó como fuente a una información anónima que le habría llegado. Sin embargo, fue tal la desfachatez del asambleísta que nunca fue capaz de demostrar los nombres, montos, beneficiarios, bancos, y fechas de las supuestas transacciones. Incluso se inventó las “Islas Masor”, un paraíso fiscal ficticio que no existe en ninguna parte del globo.
Así es como llegó al colmo del ridículo. Por eso, porque de todos modos ya no tenía nada que perder, Páez se autoproclamó líder del frente de protesta contra el régimen. Y al igual que los manifestantes contra la ley de herencias, mientras más incoherente es el argumento de su protesta, más violento se vuelve. Muestras de ello son las convocatorias que realizó en estos días, entre las que se destaca la caravana “popular” de autos de lujo, para recibir con insultos y vejaciones al Presidente Rafael Correa en el aeropuerto de Quito el domingo anterior. O las convocatorias para realizar plantones con banderas negras en otras ciudades del país, iniciativas que no tuvieron el menor éxito.
Manifestaciones opositoras en Manta, Manabí
Sin embargo, no habría que subestimar el rol del asambleísta Páez en el marco de las últimas protestas. Por más grotesca que parezca su actitud, ésta también forma parte de una estrategia estructurada donde intervienen varios sectores con poder económico cuyo objetivo final es desestabilizar al Gobierno, en donde él y otros personajes son las caras más visibles del conflicto preparado por la restauración conservadora.
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