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LA EVAPORACIÓN DEL CRISTIANISMO


Ayer se fue Bergoglio, a la edad de 88 años. Esta dolorosa pérdida nos ofrece, al menos, la ocasión de realizar algunas consideraciones generales sobre su figura y sobre la forma en que ha gestionado en estos años la Iglesia de Roma. La primera precisión necesaria se refiere al hecho de que Bergoglio, técnicamente, nunca fue Papa: según hemos demostrado ampliamente en nuestro libro "El fin del Cristianismo", Benedicto XVI nunca renunció al munus petrino, renunciando solo al ministerium: explicado en términos muy simples, Ratzinger renunció a ejercer el papel de Papa sin, sin embargo, renunciar jamás a ese papel. Con la obvia consecuencia de que permaneció hasta el final como Papa: por esta razón, la elección de Bergoglio en 2013 fue un acto nulo más que inválido. Como es bien sabido, solo puede haber un Papa y no se elige un nuevo Papa hasta que el actual no haya muerto o no haya renunciado al munus, no al ministerium. Por lo tanto, a la luz de los hechos, la sede papal ha estado vacante desde el 31 de diciembre de 2022.

En lo que respecta a la forma en que Bergoglio ha administrado la Iglesia, limitándonos también en este caso a resumir lo que hemos escrito en nuestro libro mencionado anteriormente, podemos decir que ha favorecido en todos los sentidos los procesos en curso de evaporación del Cristianismo, promoviendo una neoiglesia inteligente y líquida, post-cristiana y abierta a la inmanencia en el mismo acto en que se cierra por completo a la trascendencia. La de Bergoglio ha sido una religión del nada, en la forma de un nihilismo postcristiano que de hecho ha contribuido a vaciar completamente el cristianismo, convirtiéndolo en una simple cobertura ideológica de la globalización liberal-progresista.

Si Ratzinger había resistido heroicamente a la evaporación del Cristianismo, poniendo en el centro la tradición, la filosofía y la teología, y por ello siendo hostigado sin tregua por el orden dominante, Bergoglio ha actuado de manera diametralmente opuesta y precisamente por eso ha sido desde el principio el favorito del orden hegemónico: en lugar de resistir a la evaporación del Cristianismo, la ha propiciado de todas las maneras posibles.

En los años setenta, Pasolini observaba que el cristianismo estaba en una encrucijada fundamental, cristalizándolo así: o el cristianismo reiniciará desde los orígenes y desde la oposición a un mundo que ya no lo quiere, o se suicidará y se disolverá en la civilización de los consumos. Con Ratzinger hemos asistido al intento de dar vida a la primera hipótesis de Pasolini. Con Bergoglio, en cambio, hemos constatado el triunfo de la segunda.

Diego Fusaro

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