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En El Fascismo


En el presente artículo breve,1 Alain de Benoist establece una definición básica de "Fascismo" el desafío de consecuencias inaceptables generalizaciones de este término por parte de ciertos Liberales de Izquierda y de los eruditos de hoy. Benoist también deja en claro que el Fascismo es un limitado en el tiempo, fenómeno que surgió en circunstancias muy específicas, y no es por tanto una metahistórico idea (como algunos pretenden). Esta comprensión permite diferenciarla de otras formas de Derecha, el pensamiento (si hablamos del Tradicionalismo, Conservadurismo Revolucionario, Identitarianism, u otros) y también a reconocer la necesidad de acabar con la simplista y anticuados de la lucha de "Fascismo" o "anti-Fascismo".

Traducido por Luciano Tudor


Innumerables definiciones de Fascismo se han propuesto. El más simple es el mejor: el Fascismo es una revolucionaria forma política, caracterizada por la fusión de tres elementos principales: un nacionalismo de tipo Jacobino, que no es un socialismo democrático y el autoritario llamada a la movilización de las masas.

En la medida en que se trata de una ideología, el Fascismo nació de una reorientación del socialismo en un sentido hostil hacia el materialismo y el internacionalismo. Abordar a un electorado mayoritariamente de la Derecha, que a menudo ha tenido promotores entre los hombres de la Izquierda. Ni el racismo ni el anti-Semitismo son consubstanciales a ella (Zeev Sternhell). En su concreta encarnaciones, ha sido conformado por la histórica apariciones de el principio del 20mo Siglo (la Primera Guerra Mundial, la Revolución Soviética), por el marco general de la época (la modernización de la sociedad global), y por la naturaleza de su electorado (esencialmente de las clases medias, a veces con un componente proletario).

La experiencia de las trincheras junto con el desencanto por la tecnología, Jünger ha escrito muy bien, ha marcado fundamental de la rotura. Durante la Primera Guerra Mundial, la sociedad parecía que se divida en dos grupos: el de los combatientes y de los otros. Volver del frente, el primero tenía la sensación de haber conquistado los derechos sobre aquellos otros que no habían luchado. Los combatientes habían creído en una sociedad donde las virtudes de la guerra (la valentía, el espíritu de camaradería, la disponibilidad permanente) también reinarán en tiempos de paz. La retórica patriótica, cuando se desarrolla sobre la base de la lucha de clases, no podía ser sino una engañosa ilusión.

Después de la Gran Guerra había sido visto, por primera vez, la coincidencia de la exaltación nacionalista y la (relativa) de la desaparición de las diferencias sociales. En el final, también es con la Primera Guerra Mundial, el anti-espíritu democrático "dejó de buscar sus principales apoyos en el pasado" (Georges Valois). Una mezcla explosiva. La Revolución Bolchevique, al mismo tiempo, muestra que un movimiento revolucionario puede llegar al poder por la movilización de las masas. Introduce la idea del hombre nuevo y se impone el modelo de compromiso político de los sacerdotal tipo; un político apostolado. Las formas adoptadas por el Fascismo para evitar la amenaza del Comunismo a menudo sería mimética de las formas: que imitaban a los de la oponente, así que mucho de lo que efectivamente podría luchar contra él (Ernst Nolte).

Detrás de un discurso a veces tradicionalista, entendida como arcaico, el Fascismo ha sido fundamentalmente modernista: se ha alentado y sostenido de todos los avances de la ciencia y de la industria, ha favorecido a los emergentes de la tecnocracia, ha contribuido a la racionalización de la economía y a la institucionalización del estado de bienestar. A la medida por la que se había vislumbrado la abolición de las clases sociales del Siglo 19, y que, por otro lado, había llevado a una voluntad de poder que no puede despedir a cualquiera de las herramientas puestas a su disposición por la tecno-ciencia, que no podía actuar de otra forma. Como Adorno y Horkheimer ya se han observado en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, el Fascismo, el Comunismo y el New Deal representaban las diferentes versiones de un proyecto de reconstrucción social, donde el Estado estaba llamado a desempeñar una función principal en la racionalización de la economía y en la reconfiguración de las relaciones sociales.

At its foundation, Fascism is based upon the modern trilogy: State-People-Nation. All its effort is directed to making synonyms of these three terms, which are nowadays separated. Born over the sign of the Fasces, before anything else Fascism has wanted to appear like it. Thus it had wanted to bring together the social classes and the political families, opposed in another epoch, to consolidate the unity of the nation. This was at the same time its strength and its weakness. Obsessed by the unity, it has been the centralizer.

Pretending to avert the specter of civil war, it has engendered absolute hatreds, left as a fractured, irreparable heritage. Its Jacobinism, its subjective nationalism, is the source of all its failures: the one who tends to that unity necessarily excludes that one who does not allow himself to be driven to the unity.

That spirit of community, which has profoundly marked Fascism, does not permit Fascism to characterize it as its own. Fascism has not produced anything more than a particular version. In Fascism, the idea of community is vitiated by the conviction that that it must be animated and directed from the above, in a statist perspective, whereas a true community spirit is incompatible with statism.

The 20th century has without doubt been the century of Fascisms and of Communisms. Fascism was born of war and died in war. Communism was born of a political and social explosion and died in a political and social implosion. It could not have been Fascism if not in a given stage of the process of modernization and industrialization, a stage which now belongs to the past, at least in the countries of Western Europe. The time of Fascism and of Communism is finished.

In Western Europe, all “Fascism” today cannot be anything other than a parody. And the same occurs with the residual “anti-Fascism,” which responds to this phantasm with even more anachronistic words. It is because the time of the Fascisms has passed away that today it is possible to speak of it without moral indignation or complacent nostalgia, as one of the central pages of the history of the century which has just ended.

1. Alain de Benoist, “El Fascismo,” Elementos: Revista de Metapolítica para una Civilización Europea No. 67 (15 May 2014), pp. 9-10

Alain de Benoist

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